Saturday, February 18, 2017

PEDRO ANTE EL JUEZ

-Aquí está el expediente. Pedro Fernández nacido en  Tequesquitengo estudió en y es hijo de… y de… Muy bien, supongo que tu asesor ya te habrá dicho porque estás aquí De acuerdo, pero antes de leerlo y dictar un veredicto me gustaría que me relatases tu propia vida. Él –refiriéndose al consejero- ya te habrá dicho que tienes derecho a callarte y  dejarle a él toda tu defensa, pero él  estará de acuerdo conmigo en que esos tecnicismos no son necesarios en este caso.
El defensor asintió. 

-¿Toooda?-repuso Pedrito-. Pero si no recuerdo nada de mis primeros 4 años de vida.
-Bueno, pues entonces cuéntame lo que recuerdes, pero eso sí, ten presente que al final sabré la verdad y que de tu sinceridad dependerá mi fallo. Te arriesgas a un castigo muy largo y duro.
Durante un momento, el niño agachó la cabeza de modo que el juez, desde su altura,  solo veía unos pelos negros acabados en punta. Parecía que Pedro buscara las palabras justas para afrontar el trance en el que se encontraba.
-Está bien, pues ahí le va señor. Como ya le dije mi memoria no es muy buena respecto a mis primeros años de vida, pero sí sé, porque me lo dijeron, que nací a orillas del lago de Tequesquitengo. Vivíamos en la casa de un señor donde mi madre  trabajaba. La verdad es que era muy padre, ya que el señor vivía en el D.F. y sólo iba a la laguna los fines de semana y como se la pasaba todo el día visitando amistades, pues apenas lo veíamos por lo que se podía decir que la casa era nuestra y de hecho, pese a los regaños de mi madre, más de una vez me eché en la piscina.
-O sea que abusabas de la confianza del jefe de tu madre y tomabas como suyo algo de su propiedad.
-Objeción –dijo enérgico el defensor-, el niño no podía comprender que estaba haciendo algo malo.
-Denegada. Su madre le había advertido. Con eso debería de haberle bastado.  
-Es cierto, dijo Pedro, pero le juro que sólo lo hacía durante un momentito.
-No jures en falso –dijo en tono cansino y admonitorio el juez.
-Verá lo que quiero decir es que me gustaba echarme al agua fría de la alberca, salir corriendo y meterme en la laguna. No sé porque, pero el caso es que de esta forma me parecía que el agua de la laguna estaba más caliente de lo que en realidad estaba. Si tenemos en cuenta que solo eran unos segundos los que me metía, pues entonces en el cálculo total no habrá pasado de más de un par de horas. O sea un par de veces.
El magistrado soltó una risotada involuntaria.
-Curiosa forma de cálculo tienes tú. En fin, decidiré al respecto en el momento procesal oportuno. 
-Sigue contándome tu vida.
-Hay una cosa de la que no me siento nada orgulloso.
-¿Sólo una?
-Bueno… hay una que está por encima de todas. Ocurrió en el colegio. A mí nunca me gustó.   Había un chico que siempre sacaba las mejores calificaciones y por supuesto los demás alumnos lo despreciaban por esa misma razón. Su idea del colegio era que esta era una condena que había que cumplir, pero haciendo el menor esfuerzo posible y si se podía aprobar haciendo trampas, mejor que mejor. Por supuesto cualquiera que sacase buenas calificaciones pasaba a ser sospechoso de ser aliado del enemigo. Las calificaciones de Alberto eran excelentes siempre. Para no hacerle al mitote,  le diré que a mí me cayó bien Alberto y más después de que en un examen me soplara una respuesta. De hecho las primeras palabras que le dije fueron “pásame la 6”. Sin embargo, ese detalle pasó desapercibido.  El aguantaba las burlas de mis compañeros de la mejor manera posible y creo que el hecho de que yo  fuera su amigo, le ayudaba. Claro que nos solíamos ver fuera de clase ya que para nada quería que alejaran los otros. Quería estar bien con todos.
-Con Dios y  con el diablo –sentenció de forma amonestativa el juez.
-Así es –dijo Pedro bajando la mirada. Por eso de que no quería que me vieran con Alberto, nuestros encuentros y momentos de juego ocurrían fuera del colegio. Después de la comida él se acercaba  a  casa del señor rico donde yo vivía y tras hacer los deberes nos echábamos a la laguna a nadar ante la atenta mirada de mi madre. Todo iba de lujo  hasta que un día se acercó a mi casa mi compañero Rodolfo para darle un recado a mi madre de parte de la suya. El terreno donde vivíamos era inmenso y daba por una parte a la laguna y por la otra, por la parte de arriba, a la carretera. Ahí se encontraban los cuartos donde dormíamos y luego a continuación la casa del patrón y luego un jardín enorme con todo y la dichosa alberca para finalmente llegar a la parte del muelle y el lanchero. Rodolfo dio unos cuantos gritos desde la calle, pero como estábamos muy lejos ni lo oímos. No se lo pensó mucho y se salto la barda y empezó su camino hacia la laguna como tantas otras veces. Nos encontró enfrascados en pleno forcejeo, ya que como a ambos nos gustaba la lucha libre, emulábamos a nuestros héroes enmascarados, siempre intentando evitar hacernos daño. Aunque algunas veces se nos iba la mano. Yo casi siempre era el ganador. Estaba tan empeñado en ese momento aplicándole una Nelson que ni percaté su presencia y menos aún Alberto que no sabía cómo zafarse. No dijo nada, pero según me dijo mi madre días más tarde, se retiró con una sonrisa malévola. Al día siguiente, cuando estábamos preparándonos para jugar un partidito de futbol, soltó su veneno como los alacranes de los cañaverales donde trabajaba mi padre hasta que lo picó una coralillo. Cuando me nombraron para uno de los equipos, él dijo en voz alta y clara:
-Seguramente Pedro no querrá jugar y preferirá jugar con su novio Alberto. Ayer los vi abrazaditos.
El pánico me pude y respondí a pleno pulmón:
-No es verdad. Eres una rata mentirosa. Yo no soy amigo de Alberto.
-¿Negaste a tu propio amigo? –dijo asombrado el juez-.Me suena familiar esa historia.
-Lo peor fue que Alberto lo oyó todo y en vez de desmentirme y ponerme en ridículo, que  era lo que a fin de cuentas me merecía, se dio la media vuelta y se marchó como si no le afectasen nuestras palabras.  Cómo hubiera querido que me echase en cara mi cobardía, qué me hubiese pegado, cualquier cosa con tal de no sentirme tan culpable. Nunca más lo volví a ver. Esa misma noche se fugó de casa y cuando finalmente lo encontraron, prometió no volverlo a hacer a cambio de que lo sacaran del colegio. Fui cobarde y por eso perdí al que pudo ser mi mejor amigo. Me deje llevar por el temor a ser repudiado; cosa que Alberto aguantaba a lo mero macho. Fui cobarde y por eso perdí al que pudo ser mi mejor amigo –terminó el niño con lágrimas en los ojos-.
-Lo importante es que tu amigo no cometió ninguna locura y que te arrepientes de ello. Llora porque en verdad es bueno para ti. Las lágrimas siempre devuelven la paz.
-Ya, pero lo que ahora no podré nunca  pedirle perdón.
-Eso no puedes asegurarlo.
-Por lo demás, no veo en tu expediente más que unas cuantas travesuras, pero dime  Pedro, ¿qué cosas buenas has hecho?
Por un momento Pedro se quedó perplejo. No esperaba esa pregunta del señor Juez.
-¿Perdón? –musito después de un rato de silencio.
-Claro no pensarás que basaré mi juicio únicamente en tus maldades. También debo conocer tus virtudes para poder juzgarte.
-Bueno, procuraba estar lo más atento posible en clase para poder aprobar y darle esa satisfacción a mi madre.
-Pero si acabas de confesar que tu amistad con Pedro surgió de que él te pasó la respuesta.
-Claro. Porque no quería reprobar.
-Pero y si el maestro te hubiera descubierto, ¿no crees que le habrías provocado una honda pena a tu madre? No sólo habrías reprobado sino que se te habría tildado de tramposo.
-Supongo que tiene razón,  pero tenía que jugármela. Verá, yo nunca tuve cabeza para esa asignatura. Iba a tronar como ejote sí o sí. Sé que lo hice estuvo mal, pero qué le voy a hacer si mi cabeza no da más de sí
El juez se meció un momento su larga barba blanca y luego paseó sus manos por la espalda para estirar su toga blanca.
-Estoy convencido de que te equivocas en lo de que te falta cabeza, pero pase el argumento en cuanto a tus intenciones. ¿Qué más puedes decirme?
-También siempre le hacía los recados a mi madre.
-Aunque más de una vez aprovechabas para comprarte un refresco.
-Se trataba de una especie de propina que me daba mi madre
- Sin embargo, en ninguno de estos papeles se menciona que le hayas pedido permiso para comprarte la bebida.
-Hay cosas que una madre y un hijo que ambos saben y no necesitan ponerle palabras.
El juez empezó a reírse por lo bajo ante la ocurrencia de Pedro y tuvo que hacer un gran esfuerzo para controlarse. Pasaron un par de minutos mientras que el magistrado intentaba sofocar su propia risa. Pedro aprovechó para ver bien, por primera vez el lugar donde se encontraba. Parecía una iglesia, pero a diferencia de estas no había ninguna imagen en las paredes, pese a que las columnas de mármol blanco denotaban un cierto status del lugar. Por otra parte, se trataba de una sala enorme en la que tan sólo había una silla para el acusado, otra para su defensor y, enfrente de ellos se encontraba el juez tras una mesa de granito donde se veían torres de papeles a cada lado. La sala era redonda y antes de la cúpula había un perímetro de cristales que permitían que la luz la invadiera por todos los ángulos. Finamente, en el centro se encontraba una trampilla cerrada con un candado y con una piedra encima.  
-Finalmente –dijo Pedro envalentonado ante la risa del juez-, siempre cuidé a mi hermano cuando mi madre nos tenía que dejar solos.
-Es cierto, pero el día de los hechos que te trajeron aquí, desobedeciste deliberadamente a tu madre para ir a jugar un partidito de futbol y pusiste a tu hermano ante un peligro de muerte.
-Así es –confirmó Pedro agachando la cabeza-. Tenía muchas ganas de ir y sabía que se encontrarían ahí mis compañeros del colegio. Alguno de ellos incluso me rogó que fuera dada mi destreza. Sabía que no faltaría la hermana de algún miembro del equipo que estuviese dispuesta a cuidarlo mientras jugábamos. Ya sabe cómo son las mujeres.
-No, no lo sé. Ilústrame por favor.
- Lo que quiero decir es que nomás ven a un niño de 3 años y se les cae la baba. Y así fue. No acaba de llegar que Sofía ya me lo andaba arrebatando sin que tuviese tiempo de pedirle el favor formalmente. A la vuelta, iba caminando con Wenceslao agarrados de la mano cuando apareció aquella serpiente negra tan bella. Cogí a mi hermano entre mis brazo y empecé a correr cuando sentí como se clavaban los dientes del animal en mi tobillo. No recuerdo nada más y ni siquiera sé cómo está mi hermano y si bien desobedecí, también es verdad que protegí a mi hermano con mi propio cuerpo.
-Tu hermano está bien fue recogido por Sofía que venía rezagada y llevado con tu madre mientras a ti te trasladaban al hospital. Señor abogado.
-Dígame señoría –dijo el defensor del muchacho.
-No voy a necesitar más de su presencia ni tampoco voy a retirarme a deliberar. En realidad con estos niños nunca hace falta y  si le soy sincero ni debería de oírlos, pero 2000 años en el mismo trabajo acaban aburriendo a cualquiera y estos pequeñajos son la sal de este oficio. Pedro Hidalgo Pérez tras oír tu confesión y teniendo en cuenta la levedad de tus pecados y el valor con el que sacrificaste tu vida por la de tu hermano amen del hecho de que somos tocayos –esto último lo dijo guiñándole el ojo-, resuelvo que te sea permitido pasar la eternidad en el jardín de la inocencia. Abogado, haga el favor de conducir a su defendido y tú Pedro pórtate bien. 

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